En días pasado escuché un orador hablar del Síndrome de la Amapola Alta, inmediatamente investigué que es un término acuñado y utilizado en Reino Unido, Irlanda, Australia y Nueva Zelanda, para describir un fenómeno social por el cual una persona con méritos genuinos son odiados, criticadas o atacadas a causa de que sus dones y talentos las distinguen de otros.

Este síndrome es una metáfora sobre cortar las mejores flores, las más altas, para que las pequeñas no salgan perdiendo en la comparación.

Mientras leía este síndrome recordé un par de amapolas en crecimiento de la biblia: “José”, cuando le cuenta el primer sueño a sus hermanos en Génesis 37:5-9 Y él les dijo: Oíd ahora este sueño que he soñado: He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban al mío.  Le respondieron sus hermanos: ¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros? Y le aborrecieron aún más a causa de sus sueños y sus palabras,  a partir de ahí todos conocemos las consecuencias de estos celos: los hermanos venden a José pensando que con esto iban a “cortar” el hermoso propósito de Dios para su vida.

Otra amapola fue “David”. Todo iba bien con él, hasta que en el hit parade de las canciones más pegadas de Israel se les ocurrió el corito “Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles” interpretada por todas las mujeres de las ciudades con panderos e instrumentos musicales y dice 1 Samuel 18:8 que se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho y desde aquel día no miró Saúl a David con buenos ojos y empezó la persecución.

 

¿El síndrome de cortar, desaparecer, opacar, ocultar los dones y talentos que Dios ha depositado en sus hijos pasará en estos días o solo es un cuento de camino?, porque de lo contrario sería peligroso que naciera el deseo de “cortar los talentos” que se desarrollan y se levantan con el solo propósito de honrar y glorificar a Dios. Es necesario entender  que todo lo que es bueno y perfecto es un regalo que desciende a nosotros de parte de Dios nuestro Padre. Si alguno se levanta y resplandece, como José, David, Ester, José, Caleb, y decenas de hombres y mujeres que pasaron de ser ordinarios a extraordinario, fue por la gracia y el favor que Dios depositó en sus vidas.

El reino necesita dos tipos de hombres y mujeres; los primeros: Negados al egoísmo, que reconozcan el llamado de los que para la gloria de Dios se levantan y están dispuestos a pagar el precio y crecer por encima de las circunstancias y en vez de preparar la podadora en contra de lo que Dios ha establecido, doblar sus rodillas e interceder por más gracia y más favor para sus vidas y ministerio.

Los segundos, el reino necesita hombres y mujeres sin límites, que naden contra la corriente, que entiendan que aunque su llamado parezca una locura para ojos humanos, aunque su pasión es fuera de lo común, allá arriba hay un Padre que se complace en decir ese es mi hijo amado, a través de él seré glorificado.

Recuerda, Ninguna circunstancia tiene ni la medida, el valor ni la trascendencia para alterar lo que Dios ha preparado para ti a menos que no sea su voluntad. La gracia y el favor que Dios depositó en José no la detuvo ni la cisterna, ni la calumnia de la esposa de Potifar, ni la cárcel. Saúl por más que trató tampoco pudo con el ungido David y mucho menos con lo que Dios había establecido para él.

¡Nuestra parte es creer, obedecer y darle la gloria a El!, de lo demás se encarga Dios. Así que amapolas, ¡A crecer!.