Desde hace un tiempo, me he dado cuenta de un gran cambio en mi vida que me ha hecho llegar a una gran conclusión: Dios me ha hecho sinvergüenza y les comparto las conclusiones de esta enseñanza que me ha dado el Señor:

Me ha hecho entender que no se trata de dar en la medida que recibes,  que no se trata de un trueque justo, porque entonces estaré condicionada a las actitudes, carencias o deslices de otros y perderé la oportunidad de ser de bendición a muchos. Con esto despedí la IMPOTENCIA.

Amar sin esperar nada a cambio, no te cargues en quien se devolvió a agradecerte o a reconocerte, ni mucho menos te preocupes porque eso no suceda. Hazlo todo como para el Señor. Despedí la  FRUSTRACION.

Perdonar, olvidar y seguir adelante.  Esta es la parte más difícil de la transformación pero la más liberadora, aquí me enseñó a poner la otra mejilla voluntariamente, y he sentido desengaños, dolor, resentimiento, ira….pero al final, cuando dejas todo en sus manos, eso desaparece. Despedí el  RESENTIMIENTO.

Que siempre serle útil a alguien, no es una debilidad (siempre y cuando tus intereses no se afecten), es la esencia de un servidor. Si te conocen como el  911 de muchos, pero nadie está ahí para ser tu 911, tranquilo es parte del proceso.  Despedí las EXPECTATIVAS

No responder a todos, tomar  palabras con pinzas, hacerme la loca. Para una mujer es difícil, aquí me he ganado la medalla de oro!, mi parte favorita es Hacerme la loca.  La he disfrutado, gente que vienen con sus posturas y apariencia de piedad, con un interés particular. He aprendido a quedarme tranquila, nunca con hipocresía. No ha sido fácil, pero vas aprendiendo a lidiar con esto, porque Dios lo hace posible. Me despojé de la INTOLERANCIA.

 

Dios me despojó de actitudes que me hacían reaccionar, debo reconocer que mi lado soberbio se deleitaba haciéndolo, sentía que tenía un arte especial para responder, mis boches, dignos de compartir, todo un despliegue de asertividad, diplomacia, tacto, verdad, franqueza, uff, pero esto me hacía daño a mí misma. Enterrando la SOBERBIA

Pero lo que más me ha costado, fue superar mis lecciones de Deslealtad. Esta me ha hecho sangrar, pero entiendo que ya estoy curada y puedo hablar. Para alguien cuyo valor principal ha sido ultrajado, aprender fue difícil, pero he dejado ir, y aquí sigo viva. Adiós DOLOR.

Usted dirá que estoy loca, si pero loca que usted entienda que en el momento que usted declaró a Jesús como salvador, empieza un viejo hombre a morir, y a caer pedazos que no necesitará en la vida que Cristo tiene para usted; también debe entender que habrá persecución; que se levantarán cosas hasta de ti mismo, que van en pos de sus sueños, para obstaculizar, apagar, opacar, herir lo que hay de Dios en su vida, y debes decidir, si la sufres para siempre, o si aprendes a lidiar con ellas.

He pasado por momentos de pruebas difíciles, señalamientos, juicios, entre otros,  pero de algo estoy segura: quien me llamó: me sostiene,  me respalda, también me guarda, me defiende y pelea por mí.

Cuando entendí todo esto, por más argumentos del mundo,  al final, siempre lo que prevalecerá en mi vida, es la opinión que Él tiene de mí, de ahí en lo adelante, he dejado, que todo lo demás me resbale.

He aprendido a guardar silencio, a despojarme,  sentarme, a contar hasta cuchumil, a cambiar la página y   a no preguntar jamás: ¿por qué a mi Señor?, ¡ya no!.

Por esto y muchas otras cosas más digo: ¡Dios me ha hecho sinvergüenza!.

Agueda Suárez O.