Otro día para la colección de procedimientos médicos que me han realizado, llego a la sala especial en una camilla, canalizada por mi brazo derecho, y unos que otros aparatos alrededor. Me relajo y empiezo a meditar en la palabra, tratando de mantener la calma ante lo inminente. Minutos después depositan un sedante por el suero y no recuerdo nada más. Un tiempo después veo mi doctora que me dice: He visto pacientes orar, balbucear cosas mientras le practico este procedimiento pero tú estaba ¡alabando!, entonces me dije: Gloria a Dios, que alrededor de la incertidumbre, el dolor, la presión, mi subconsciente pueda alabarte.
¿Qué sale de nuestros labios cuando estamos en medio del desierto, de los procesos, de las pruebas? ¿Qué sale cuando el escenarios de la vida de repente se les apagan las luces, no hay tarima, ni público espectador, el ambiente se torna gris, el aire denso, hay pocas posibilidades u opciones, cuando te encuentras a la orilla de un mar de imposible y con el ejército egipcio detrás? ¿Dime qué sale de tu corazón? ¿Una hermosa alabanza o un sinfín de quejabanzas?.
El mejor ejemplo de esto está en Hechos 16:25, Pablo y Silas azotados por el pueblo, llevados a la más recóndita celda de la cárcel de Filipo, y con los pies asegurado por un cepo, dice la palabra que a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. Imagino el eco de sus voces desde el calabozo del fondo; imagino también el asombro de los demás presos por la actitud de estos dos hombres que entendían que la alabanza no es cuestión de circunstancias, posición, límites ni postura, sino es una condición de un corazón agradecido y que reconoce en todo tiempo al único merecedor de toda gloria y exaltación.
El salmos 34 dice “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca”. De continuo no solo significa alabar desde la abundancia, la alegría, el bienestar, ojalá y así sea, sino también hacerlo desde el desierto, desde la cueva, en medio de las circunstancias, entre el dolor y la incertidumbre, con el cepo entre los pies, en la escasez, en la enfermedad, etc., la actitud con que alabas a Dios no debe estar sujeta a las circunstancias de la vida.
El desierto se torna muchas veces oscuro, gris, solitario ahí habitan tus temores, angustias, pero sabes, ahí es el escenario idóneo para probar el corazón de los que le han creído a Dios. En el desierto quizás no te salga tu mejor voz, pero si la más sincera; a lo mejor no tienes la mejor postura, pero si la actitud correcta; posiblemente no tengas público, pero si al mejor espectador; allá donde nadie te ve, donde no necesitas máscaras ni burbujas, ahí estará Dios.
El desierto antecede la tierra prometida, y la actitud con que lo pases determinará cuan digno eres de su gracia. Así que nada te limite y nada te robe la bendición de alabar y exaltar el nombre de Jesús.